Espiritualidad
cristiana y Espiritualidad
mariana
Elementos de la vida espiritual
a) La espiritualidad
mariana es una forma de vivir el desarrollo de la vida de la gracia, a
ejemplo de María y bajo su acción maternal. Es decir: con un matiz
mariano.
La vida sobrenatural o de la
gracia tiene una estructura y un desarrollo similar al de la vida
natural humana. El principio de vida, depositado en el ser humano, es el
alma racional. Actúa y se desarrolla mediante unas fuerzas, o potencias
que llegan a su plenitud y perfección cuando alcanzan la meta de su
expansión, profundización y objetivación.
El alma humana está dotada
de unas potencias espirituales: memoria, entendimiento y voluntad.
Mediante ellas logra su perfeccionamiento y desarrollo, llenando su
capacidad de conocer y amar. Toda acción espiritual es perfeccionamiento
de la potencia y del principio de vida, que es el alma humana.
b) El organismo
sobrenatural tiene un principio de vida, a modo del alma humana. Es la
gracia santificante, que es una participación misteriosa de la misma
vida de Dios: de su santidad y de su amor. Participación de esa vida
nueva que Jesús comunicó a los hombres con su muerte y resurrección, y
de la que hace participantes a sus seguidores: He venido para que tengan
vida, y la tengan en abundancia (Jn. 10, 10).
Este organismo sobrenatural
es como un nuevo ser que se le comunica al hombre, para que realice su
máxima perfección, que será consumada en la bienaventuranza eterna. Para
conseguir está perfección cuenta con unas fuerzas, o potencias de
actuación, de expansión y de perfeccionamiento. Son ante todo las
virtudes teologales: fe, esperanza y
caridad, que teniendo por objeto la
misma vida de Dios, confieren al alma una mayor participación en esa
misma vida.
Cuenta al mismo tiempo con
otros auxilios sobrenaturales, que ayudan eficazmente al desarrollo de
la vida sobrenatural, como las virtudes cardinales: prudencia, justicia,
fortaleza y templanza; las virtudes morales y los dones del Espíritu
Santo.
El desarrollo de la vida espiritual
El desarrollo de la vida
sobrenatural es paralelo al desarrollo de la gracia y de las virtudes.
Mediante su ejercicio, la acción de la gracia va perfeccionando más y
más las potencias. La gracia misma va posesionándose más ampliamente de
la vida del alma; las virtudes imprimen en ella su sello y su dinamismo,
mediante sus acciones y operaciones. De esa suerte, la persona humana se
mueve y actúa por razones y motivos sobrenaturales, más que por las
fuerzas de su naturaleza, o por razones humanas.
El desarrollo de la vida
sobrenatural no viene a ser otra cosa que la realización del plan
salvífico de Dios en las almas. Ese plan, que es el cumplimiento del
designio del amor de Dios para los hombres, tiene su fundamento y su
contenido en el decreto del mismo Dios, que nos predestinó para ser en
todo conformes a la imagen de su Hijo, Jesucristo (Rom. 8, 29).
El cumplimiento de este plan
exige una configuración del alma de cada cristiano con el alma de Jesús;
una identificación lo más perfecta posible con sus mismos sentimientos,
con su modo de ser y de pensar, con su actitud espiritual de amor y de
entrega en el cumplimiento de la voluntad de Dios su Padre, para el bien
de los hombres. Jesús, aunque es Hijo de Dios, no desdeñó ser uno de
nosotros y hacerse en todo semejante a nosotros excepto en el pecado
(Cf. Phil. 2, 6).
San Pablo aconsejaba con
insistencia a los cristianos la imitación perfecta de Cristo; participar
de la plenitud de la vida de Dios, íntimamente unidos a El, y
revistiéndose de sus mismos sentimientos (cf. Phil. 2, 5; Rom. 13, 24).
La base y la substancia de esta identificación con Cristo es la gracia y
la caridad, la fuerza del amor, capaz de transformar Ios sentimientos
del alma, haciéndolos entera-mente espirituales.
La caridad viene de Dios y
lleva a Dios. La transformación espiritual del alma en él, mediante el
ejercicio del amor, puede llegar a ser tan profunda, que se puede hablar
de una identificación con Cristo, de un revestimiento de Cristo, de una
vida en Cristo. San Pablo y otros Santos llegaron a esta vivencia
profunda de su identificación con Jesús. Vivo yo; mas ya no yo; es
Cristo quien vive en mí, decía San Pablo (Gal. 2, 20). La transformación
espiritual del alma en Dios puede ser total. El alma, en ese caso, se
mueve y vive más en la atmósfera de Dios, que en su propia vida natural.
La Virgen María es quien llegó a gozar la más alta transformación
espiritual en Dios. Santa Teresa de Jesús, en los últimos años de su
vida, vivía casi de continuo con esa experiencia. También llegó a
experimentar en sí misma la fuerza de la frase de San Pablo: Vivo yo;
pero es Cristo quien vive en mí.
Esa es la meta a que deben
aspirar las almas espirituales. La vida espiritual está abierta a todas
esas maravillosas posibilidades; porque el desarrollo de la gracia es
ilimitado. María puede ser camino para llegar a esas altas cimas de la
santidad y de la vida de gracia.
María y la vida espiritual
En este ejercicio de vida
espiritual y de identificación del alma con Cristo, la Virgen María
tiene una presencia y una acción singular. Ella fue la realización más
perfecta de la vida de Jesús; Ella es el camino para acercarnos a
cristo, que es camino para ir al Padre. Decía el Papa Pablo VI:
«Si nos preguntamos hoy cuál
es el camino central y derecho en este mundo terreno, que nos conduce a
aquella Humanidad de Cristo, en la que descubrimos y encontramos la
revelación de Dios y nuestra salvación, la respuesta es pronta y
bellísima: ese camino es la Señora, es María Santísima, es
la Madre de Cristo, y por eso Madre de
Dios y Madre nuestra. María es siempre senda que conduce a Cristo».
Vivir esta realidad de la
presencia y de la acción de María en el alma es vivir la espiritualidad
mariana. El sentido de esta espiritualidad no es homologable con otras
formas particulares de espiritualidad, que dan cierta preeminencia, o
acentúan un estilo de vida, o la práctica de algunas virtudes concretas.
Por ejemplo: la espiritualidad litúrgica, que se centra en la práctica
de los actos y ejercicios de la liturgia; la espiritualidad teresiana,
que adopta y sigue el estilo de la oración mental según la enseñanza de
Santa Teresa; la espiritualidad monástica, que se desarrolla en medio
del silencio monacal; la espiritualidad franciscana, que practica el
seguimiento de Cristo en pobreza de espíritu.
La espiritualidad mariana es
algo más universal, más radical y excelente, en armonía con la función
Universal que la Virgen María tiene en la Iglesia, y con el puesto
privilegiado que ocupa en la historia de la salvación. Este puesto, dice
el concilio Vaticano II, es el más alto después de Cristo y el más
cercano a nosotros (LG 54).
María ocupa ese puesto en
virtud de los dos grandes privilegios de que está adornada y que,
definen su ser; o por razón de la doble función para la que fue
predestinada juntamente con la Encarnación del Verbo, antes de la
constitución del mundo: ser Madre del Hijo de Dios y ser su colaboradora
en la obra de la redención. O lo que es lo mismo: Madre de Dios y Madre
de los hombres y de la
Iglesia.
Por su maternidad divina
María ocupa el puesto más alto, muy cercano al de Cristo. Por su
maternidad espiritual sobre los redimidos, tiene un puesto muy cercano a
nosotros, porque es nuestra Madre en el orden de la gracia. Una Madre
nunca está distanciada de sus hijos.
María, presencia indispensable en la
vida espiritual
Esta situación singularísima
de María en el misterio de la salvación da origen a unas relaciones
especiales entre Ella y los redimidos de carácter espiritual. Como Madre
y colaboradora a la salvación, ella ocupa ese puesto privilegiado, a que
nos hemos referido antes. Pues bien: Pablo VI nos ha recordado en varias
ocasiones que en consecuencia debe ocupar un puesto distinguido también
en la vida cristiana, en el desarrollo de la vida espiritual y en la
profesión de fe de los cristianos. Ella debe influir positivamente en la
vivencia de toda la vida cristiana.
Este influjo no puede ser
algo que dependa del gusto, o del capricho de las personas. Hay que
afirmar que es un elemento positivo necesario e indispensable, sin el
cual el alma no puede llegar a la plenitud de la vida en Cristo.
El puesto que María ocupa en
el plan salvífico de Dios ha sido determinado y prefijado por el mismo
Dios. Y es un plan de salvación, cuya estructura no puede cambiar. Por
eso, la presencia activa de María en la vida espiritual de las almas es
necesaria e indispensable, porque pertenece al plan salvifico de Dios.
El Papa Pablo VI formuló una
afirmación de grande transcendencia en el año 1975, ante la mayor
representación de los mariólogos de todo el mundo. Comentando aquel
texto de San Pablo: Cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios
al mundo a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para que
recibiéramos la adopción de hijos (Gal. 4.4), e interpretándolo a la luz
de la enseñanza del Concilio Vaticano II, afirmó que se puede deducir
legítimamente de ese texto que María entra a formar parte «esencial» del
misterio de la salvación.
Afirmación magnífica que
corrobora cuanto la Iglesia ha sentido y enseñado a lo largo de los
siglos. Dicha afirmación, traducida en términos de vida espiritual, o de
espiritualidad equivale a lo que el mismo Papa Pablo VI enseñó,
dirigiéndose a los fieles de Cerdeña, ante la imagen de Nuestra Señora
de Bonaria (24.4.1970) : «Si queremos ser cristianos debemos ser
marianos». Es decir: debemos vivir en unión espiritual con María,
debemos vivir una vida mariana. No es posible vivir en plenitud la vida
cristiana, sin una vivencia consciente y acentuada del misterio de
María.
Presencia y acción de Maria en las
almas
a) Espiritualidad mariana es
vivir la acción y la presencia de María en el alma; conceder a la Virgen
María la importancia que le corresponde en
nuestra vida espiritual, que debe estar,
como hemos indicado, en correspondencia con la importancia de que Ella
goza en el misterio de la salvación. Es dejarnos llevar de su amor
maternal hacia su Hijo, para acercarnos más y más a El.
Espiritualidad mariana es
seguir los ejemplos de María, imitar sus virtudes, adoptar su misma
actitud de sencillez, humildad y entrega ante la voluntad del Padre para
la salvación de los hombres. Es pronunciar en cada momento y
circunstancia de nuestra vida aquellas mismas palabras que sellaron la
suya, y con la misma disposición de espíritu: Hágase en mí según tu
palabra (Lc. 1, 38). Es consagrar nuestra vida y cada uno de sus
instantes a la persona ya la obra de Jesús, y vivir esa consagración
como Ella la vivió.
b) Podemos resumir
todo esto en una frase breve, pero expresiva: espiritualidad mariana es
vivir consciente y amorosamente la presencia activa maternal de Maria en
nuestra vida.
La presencia activa de María
se extiende a toda la vida de la gracia, desde su origen hasta su con
sumación. Pablo VI nos lo enseña así en la breve Encíclica Signum Magnum
(1697). Dice así:
«(María) continúa ahora
desde el cielo cumpliendo su función maternal de coperadora en el
nacimiento y en el desarrollo de la vida divina en cada una de las almas
de los hombres redimidos».
Desde el nacimiento a la
gracia hasta su consumación. En toda la trayectoria de la vida
espiritual, en todos sus instantes, en sus vicisitudes y vaivenes... nos
encontramos con la mirada amorosa de nuestra Madre, que vela por sus
hijos sin cesar.
María se hace presente a
nuestra vida ante todo mediante su acción maternal. Su influjo en las
almas es la colaboración que Ella, como Madre espiritual, presta para su
salvación y santificación. Dicha acción es permanente, ininterrumpida.
Es una influencia de gracia, un río de luz que nunca se corta en su
origen.
El Concilio Vaticano II dice
que:
«...esta maternidad de María en la
economía de la gracia perdura sin cesar, desde el momento en que prestó
fiel asentimiento en la Anunciación... hasta la consumación perfecta de
todos los elegidos» (LG 62).
Esta acción maternal no es
algo abstracto e imperceptible. Muchas almas han percibido, en ocasiones
de forma sensible, ese influjo y esa presencia santificadora de María.
El mismo Concilio afirma que la Iglesia la experimenta continuamente (LG
62) .y recomienda ala piedad de los fieles que se abran a esa acción
maternal, para unirse con mayor intimidad al Mediador y Salvador. María,
camino para ir a Cristo.
c) La acción de la
Virgen María en las almas tiene dos aspectos más importantes. En primer
lugar, actúa como modelo. Tiene un papel de ejemplaridad en el
desarrollo de la vida espiritual; actúa con el influjo de la causa
ejemplar.
Además, y en segundo lugar,
ejerce una actuación, o un influjo positivo en el alma, como causa
eficiente subordinada en todo a Cristo Mediador, y dependiente de El.
María es Madre y medianera de las gracias. Colabora eficientemente ala
comunicación y al desarrollo vital de la gracia, lo mismo que colaboró
con Jesús y bajo él a nuestra salvación.
El ejemplo de Maria
a) Bajo el primer
aspecto, hay que tener en cuenta que María es modelo perfecto y
universal en la vida de gracia y en orden a la santificación. Y es
modelo en un doble sentido:
-en cuanto estuvo adornada
de la plenitud de gracia y santidad;
-en cuanto Ella practicó con
toda perfección las virtudes fundamentales, que constituyen el entramado
de la vida cristiana.
En este doble aspecto se
resume lo más esencial de la ejemplaridad de María en la vida
espiritual. El Concilio Vaticano II puso de relieve estos dos elementos,
dirigiéndose a todos los fieles.
Por una parte, dice, la
Santísima Virgen ha alcanzado ya la perfección, la plenitud de gracia y
santidad, signo de la santidad de la Iglesia; fue totalmente santa e
inmune de toda mancha de pecado (LG 56). Asunta gloriosamente a los
cielos, brilla ante la Majestad de Dios como el signo de la Iglesia, que
ha de ser glorificada y que camina a su plenitud, y como el ideal y el
símbolo de todo cristiano.
Por otra parte, María -dice
el mismo Concilio-, resplandece como modelo de virtudes para toda la
comunidad de los elegidos (LG 65).
En particular, es modelo en
el orden de la fe, la esperanza y la encendida caridad; de la obediencia
rendida al Padre; modelo por su disponibilidad y apertura para escuchar
la palabra de Dios y ponerla en práctica; por su acción apostólica,
llena de amor a Dios ya los hombres. Modelo de las disposiciones
espirituales con que el cristiano debe participar en la liturgia de la
Iglesia. Modelo en su virginidad incontaminada, corporal y espiritual;
modelo de la actitud fundamental del hombre frente a Dios. Ejemplo y
maestra de vida espiritual para cada uno de los cristianos, la llama el
Papa Pablo VI (MC 21); y «modelo de aquel culto que consiste en hacer de
la propia vida una ofrenda a Dios» (MC 21).
Modelo de vida de oración y
de almas contemplativas y consagradas a Dios en el apostolado, modelo de
amor a Dios ya los hombres.
b) María tiene una ejemplaridad
singular para los cristianos, porque ella fue como una encarnación
viviente y la más perfecta del Evangelio, después de Jesús mismo. En
Ella se hizo carne el Evangelio, el Verbo de Dios, Palabra de verdad y
de vida. Ella reflejó siempre su verdad
y su mensaje. María fue la mejor realización del Evangelio de Jesús.
Todo su ser, su feminidad transida y sublimada por la maternidad divina,
estuvo orientado hacia Dios y hacia la salvación de los hombres, sus
hermanos, en actitud generosa de acogida, de apertura y de servicio al
plan de la salvación. Ella fue, en una palabra, dice el Papa Pablo VI,
la primera
V la más perfecta discípula de Cristo,
lo cual tiene un valor universal V permanente (MC 35).
La ejemplaridad de María
para los cristianos es de orden espiritual, no natural ni sociológico.
Por eso, su imitación debe tener como centro y meta sus actitudes
espirituales, más que sus condiciones históricas de vida, sociales o
meramente humanas.
Es oportunísima a este
respecto la norma y la orientación dada por el Papa Pablo VI. Dice así:
“La Virgen Maria ha sido
propuesta siempre por la Iglesia a la imitación de los fieles, no
precisamente por el tipo de vida que Ella llevó, y tanto menos por el
ambiente socio-cultural en que se desarrolló, hoy día superado en casi
todas sus partes; sino porque en sus condiciones concretas de vida Ella
se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios (Lc. I, 38);
porque acogió la palabra y la puso en práctica; porque su acción estuvo
animada por la caridad y por el espíritu de servicio...” (MC 35).
Esta es la imagen evangélica
de María, que irradia ejemplaridad para los cristianos; no esas imágenes
raquíticas, que nos presentan algunos comen-taristas de hoy, hechas casi
exclusivamente a base de los retazos humanos y socioreligiosos de la
vida de Nuestra Señora. Esa es la imagen que nos ofrece la revelación
divina, interpretada por la Iglesia. Y esa es la imagen que ha
contemplado siempre la misma Iglesia, y que nos la ofrece en su liturgia
y en la vida de los Santos.
Esta es la imagen auténtica
de María, modelo eximio de la condición femenina y ejemplo limpísimo de
vida evangélica (Pablo VI, MC 36), capaz de renovar la vida de los
cristianos y de plasmar en ellos los más sublimes ideales de
santificación y servicio a la Iglesia.
El influjo de María
a) María ejerce un
influjo en la vida de los cristianos verdadero y eficiente, no sólo
porque los mueve y conduce a su imitación, mediante su riquísima y
poderosa ejemplaridad; sino también porque realiza una verdadera acción
eficiente en el desarrollo de su gracia. Este influjo eficiente, que
viene a ser un aspecto concreto de su acción salvífica en el misterio de
la salvación, es ante todo una acción maternal.
María estuvo Íntimamente
asociada con su Hijo Jesucristo por disposición divina en la realización
de la obra de la redención de los hombres. Fue predestinada juntamente
con la Encarnación del Verbo para ser en el tiempo la Madre del Redentor
y su Socia y compañera inseparable, colaboradora en el misterio de la
redención. Ella misma, como nos enseña el Vaticano II, al aceptar la
palabra de Dios en el momento de la Anunciación: Hágase en mí según tu
palabra, y al ser hecha Madre de Dios, se consagró totalmente como
esclava del Señor a la
persona ya la obra de Jesús, tomando
parte con El y bajo El en el misterio de la redención, con la gracia de
Dios omnipotente (cf. LG 56).
A través de los misterios y
momentos de su vida, la Virgen María prestó una colaboración espiritual,
para la redención de los hombres, de manera especial, durante su
presencia en el Calvario, cuando su Hijo moría en la cruz.
Esta participación y este
influjo en la salvación de los hombres no dimanan de una necesidad
ineludible, sino del beneplácito divino y de la sobreabundancia de los
méritos de Jesucristo. Nacen de la bondad y del amor misericordioso del
Padre, que quiso asociar los méritos de la Madre a los del Hijo, para la
salvación del género humano.
De esta suerte, María, como
dice el Vaticano II:
«Concibiendo a Cristo,
engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo,
padeciendo con su Hijo mientras moría en la cruz, cooperó de forma
enteramente singular a la obra del Salvador, con la obediencia, la fe,
la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida
sobrenatural de las almas. Por eso, es nuestra Madre en el orden de la
gracia (LG 61).
Es lo mismo que había
afirmado el Papa Pío XII
en la Encíclica Hauríetís Aquas: Dice
así:
“Por voluntad de Dios, en la
realización de la obra de la redención humana. la Santísima Virgen María
estuvo indisolublemente unida a Cristo, hasta el punto de que nuestra
salvación fluye del amor de Jesucristo y de sus padecimientos. unidos
íntimamente con el amor y los dolores de su Santísima Madre.
b) A esto se llama
comúnmente en la teología cooperación de María a la redención objetiva.
Pero, además de esto y como una consecuencia de ello, María colabora de
modo análogo en la aplicación de las gracias a los redimidos y en su
desarrollo a lo largo de toda su vida espiritual. El mismo puesto que
Ella ocupa en el misterio de la salvación, lo ocupa también en el
progreso de la vida espiritual.
Sólo así resulta completa su función
maternal.
El Concilio Vaticano II,
como hemos recordado antes, enseña que la maternidad espiritual de María
es una realidad permanente, una acción que no ha
pasado. María sigue actuando ahora y en
este momento como Madre para los hermanos de su Hijo Jesucristo, el
primogénito entre muchos hermanos...
El Concilio se expresa de
esta manera:
«(María) es nuestra Madre en
el orden de la gracia.
Esta maternidad de María en
la economía de la gracia perdura sin cesar... hasta la consumación
perpetua de todos los elegidos (LG 62).
A continuación concreta el
Concilio algunos de los aspectos de esta acción maternal de María en
favor de los hombres; acción que viene a extenderse a todo el ámbito de
la vida espiritual. Dice así:
«Asunta a los cielos no ha
dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión
continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna (LG 62)"
La múltiple Intercesión, de
que habla el Concilio, indica las diversas formas que reviste la acción
maternal de María en beneficio de las almas y de la Iglesia. Es una
actuación positiva y constante de la Madre en favor de sus hijos de
adopción. Intercede ante su Hijo, pide por nosotros, nos ayuda con sus
auxilios...
La expresión dones de la
salvación, comprende toda la gama de dones, gracias y beneficios
sobrenaturales; gracia santificante y gracias actuales; gracia y aumento
o desarrollo de la misma; comienzo de la vida espiritual y crecimiento
en ella. Todo es gracia; todos son dones que pueden conducirnos a la
salvación; porque todo se deriva en el orden sobrenatural de Cristo
Cabeza y de la acción maternal de María.
En otros términos es lo que
había afirmado el Papa Pablo VI en Signum Magnum: que la Virgen María
cumple en el cielo su acción maternal, cooperando al nacimiento y al
desarrollo de la vida divina en cada una de las almas de los
redimidos...
Nuestra gracia, la gracia de
la amistad divina que santifica las almas, es esencialmente cristiana;
porque proviene de Cristo. Brota de Cristo Cabeza, que es fuente de
salvación eterna para cuantos creen en El. Pero, tiene también un matiz
o un sello mariano. Es gracia también de María, Madre nuestra; porque
Ella colaboró con su Hijo y bajo su acción salvadora a nuestra
salvación, y colabora actualmente desde el cielo a nuestra
santificación, íntimamente unida a Jesús, al Espíritu Santo ya la
Iglesia.
c) Todo esto tiene su aplicación
tanto a nivel general o universal, como a nivel de cada persona, o de
cada cristiano en particular. María colaboró con Cristo a la
regeneración espiritual del género humano, de toda la humanidad. Ella es
la Madre de la Iglesia, como la proclamó el Papa Pablo VI el 21 de
noviembre de 1964; es decir: «Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de
los fieles como de los pastores»; Madre de Cristo Cabeza y de sus
miembros, Madre del Cuerpo Místico. Es Madre de la vida espiritual de la
Iglesia; de suerte que no es posible vivir esta vida en plenitud sin una
referencia a María, o sin una vivencia mariana.
Pero, María es Madre de cada
uno de los redimidos; porque ha colaborado ala regeneración de cada uno
en particular. Pablo VI lo ha afirmado de una manera precisa y es
doctrina común en la enseñanza del magisterio de los Papas.
María intercede ahora desde
el cielo para que Dios conceda a cada redimido las gracias de la
salvación, sin las cuales no es posible que la vida divina se desarrolle
en las almas. Ella cuida con amor maternal, como dice el Vaticano II, de
cada uno de los hermanos de su Hijo (LG 62) .Este cuidado se extiende a
toda la vida de gracia; no sólo para que vivan en gracia y amistad
divina; sino también para que progresen en el camino de la santificación
y se identifiquen más y más con la imagen de Jesús.
La vida de los Santos y de
muchas almas anónimas es un testimonio fehaciente de esta acción
particular de la Virgen María en el desarrollo y progreso de su vida
espiritual. El Vaticano no ha constatado que la Iglesia experimenta esta
acción maternal de María. Ella es más profunda y más fuerte cuanto el
alma ha llegado aun mayor grado de santidad...
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