miércoles, 2 de noviembre de 2011

ESPIRITUALIDAD MARIANA Y CONSAGRACIÓN A MARÍA

Espiritualidad cristiana y Espiritualidad mariana
 
Elementos de la vida espiritual

            a) La espiritualidad mariana es una forma de vivir el desarrollo de la vida de la gracia, a ejemplo de María y bajo su acción maternal. Es decir: con un matiz mariano.
            La vida sobrenatural o de la gracia tiene una estructura y un desarrollo similar al de la vida natural humana. El principio de vida, depositado en el ser humano, es el alma racional. Actúa y se desarrolla mediante unas fuerzas, o potencias que llegan a su plenitud y perfección cuando alcanzan la meta de su expansión, profundización y objetivación.
            El alma humana está dotada de unas potencias espirituales: memoria, entendimiento y voluntad. Mediante ellas logra su perfeccionamiento y desarrollo, llenando su capacidad de conocer y amar. Toda acción espiritual es perfeccionamiento de la potencia y del principio de vida, que es el alma humana.
            b) El organismo sobrenatural tiene un principio de vida, a modo del alma humana. Es la gracia santificante, que es una participación misteriosa de la misma vida de Dios: de su santidad y de su amor. Participación de esa vida nueva que Jesús comunicó a los hombres con su muerte y resurrección, y de la que hace participantes a sus seguidores: He venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia (Jn. 10, 10).
            Este organismo sobrenatural es como un nuevo ser que se le comunica al hombre, para que realice su máxima perfección, que será consumada en la bienaventuranza eterna. Para conseguir está perfección cuenta con unas fuerzas, o potencias de actuación, de expansión y de perfeccionamiento. Son ante todo las virtudes teologales: fe, esperanza y
caridad, que teniendo por objeto la misma vida de Dios, confieren al alma una mayor participación en esa misma vida.
            Cuenta al mismo tiempo con otros auxilios sobrenaturales, que ayudan eficazmente al desarrollo de la vida sobrenatural, como las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza; las virtudes morales y los dones del Espíritu Santo.
 
El desarrollo de la vida espiritual

            El desarrollo de la vida sobrenatural es paralelo al desarrollo de la gracia y de las virtudes. Mediante su ejercicio, la acción de la gracia va perfeccionando más y más las potencias. La gracia misma va posesionándose más ampliamente de la vida del alma; las virtudes imprimen en ella su sello y su dinamismo, mediante sus acciones y operaciones. De esa suerte, la persona humana se mueve y actúa por razones y motivos sobrenaturales, más que por las fuerzas de su naturaleza, o por razones humanas.
            El desarrollo de la vida sobrenatural no viene a ser otra cosa que la realización del plan salvífico de Dios en las almas. Ese plan, que es el cumplimiento del designio del amor de Dios para los hombres, tiene su fundamento y su contenido en el decreto del mismo Dios, que nos predestinó para ser en todo conformes a la imagen de su Hijo, Jesucristo (Rom. 8, 29).
            El cumplimiento de este plan exige una configuración del alma de cada cristiano con el alma de Jesús; una identificación lo más perfecta posible con sus mismos sentimientos, con su modo de ser y de pensar, con su actitud espiritual de amor y de entrega en el cumplimiento de la voluntad de Dios su Padre, para el bien de los hombres. Jesús, aunque es Hijo de Dios, no desdeñó ser uno de nosotros y hacerse en todo semejante a nosotros excepto en el pecado (Cf. Phil. 2, 6).
            San Pablo aconsejaba con insistencia a los cristianos la imitación perfecta de Cristo; participar de la plenitud de la vida de Dios, íntimamente unidos a El, y revistiéndose de sus mismos sentimientos (cf. Phil. 2, 5; Rom. 13, 24). La base y la substancia de esta identificación con Cristo es la gracia y la caridad, la fuerza del amor, capaz de transformar Ios sentimientos del alma, haciéndolos entera-mente espirituales.
            La caridad viene de Dios y lleva a Dios. La transformación espiritual del alma en él, mediante el ejercicio del amor, puede llegar a ser tan profunda, que se puede hablar de una identificación con Cristo, de un revestimiento de Cristo, de una vida en Cristo. San Pablo y otros Santos llegaron a esta vivencia profunda de su identificación con Jesús. Vivo yo; mas ya no yo; es Cristo quien vive en mí, decía San Pablo (Gal. 2, 20). La transformación espiritual del alma en Dios puede ser total. El alma, en ese caso, se mueve y vive más en la atmósfera de Dios, que en su propia vida natural. La Virgen María es quien llegó a gozar la más alta transformación espiritual en Dios. Santa Teresa de Jesús, en los últimos años de su vida, vivía casi de continuo con esa experiencia. También llegó a experimentar en sí misma la fuerza de la frase de San Pablo: Vivo yo; pero es Cristo quien vive en mí.
            Esa es la meta a que deben aspirar las almas espirituales. La vida espiritual está abierta a todas esas maravillosas posibilidades; porque el desarrollo de la gracia es ilimitado. María puede ser camino para llegar a esas altas cimas de la santidad y de la vida de gracia.
 
María y la vida espiritual

            En este ejercicio de vida espiritual y de identificación del alma con Cristo, la Virgen María tiene una presencia y una acción singular. Ella fue la realización más perfecta de la vida de Jesús; Ella es el camino para acercarnos a cristo, que es camino para ir al Padre.  Decía el Papa Pablo VI:
            «Si nos preguntamos hoy cuál es el camino central y derecho en este mundo terreno, que nos conduce a aquella Humanidad de Cristo, en la que descubrimos y encontramos la revelación de Dios y nuestra salvación, la respuesta es pronta y bellísima: ese camino es la Señora, es María Santísima, es
la Madre de Cristo, y por eso Madre de Dios y Madre nuestra. María es siempre senda que conduce a Cristo».
            Vivir esta realidad de la presencia y de la acción de María en el alma es vivir la espiritualidad mariana. El sentido de esta espiritualidad no es homologable con otras formas particulares de espiritualidad, que dan cierta preeminencia, o acentúan un estilo de vida, o la práctica de algunas virtudes concretas. Por ejemplo: la espiritualidad litúrgica, que se centra en la práctica de los actos y ejercicios de la liturgia; la espiritualidad teresiana, que adopta y sigue el estilo de la oración mental según la enseñanza de Santa Teresa; la espiritualidad monástica, que se desarrolla en medio del silencio monacal; la espiritualidad franciscana, que practica el seguimiento de Cristo en pobreza de espíritu.
            La espiritualidad mariana es algo más universal, más radical y excelente, en armonía con la función Universal que la Virgen María tiene en la Iglesia, y con el puesto privilegiado que ocupa en la historia de la salvación. Este puesto, dice el concilio Vaticano II, es el más alto después de Cristo y el más cercano a nosotros (LG 54).
            María ocupa ese puesto en virtud de los dos grandes privilegios de que está adornada y que, definen su ser; o por razón de la doble función para la que fue predestinada juntamente con la Encarnación del Verbo, antes de la constitución del mundo: ser Madre del Hijo de Dios y ser su colaboradora en la obra de la redención. O lo que es lo mismo: Madre de Dios y Madre de los hombres y de la
Iglesia.
            Por su maternidad divina María ocupa el puesto más alto, muy cercano al de Cristo. Por su maternidad espiritual sobre los redimidos, tiene un puesto muy cercano a nosotros, porque es nuestra Madre en el orden de la gracia. Una Madre nunca está distanciada de sus hijos.
 
María, presencia indispensable en la vida espiritual

            Esta situación singularísima de María en el misterio de la salvación da origen a unas relaciones especiales entre Ella y los redimidos de carácter espiritual. Como Madre y colaboradora a la salvación, ella ocupa ese puesto privilegiado, a que nos hemos referido antes. Pues bien: Pablo VI nos ha recordado en varias ocasiones que en consecuencia debe ocupar un puesto distinguido también en la vida cristiana, en el desarrollo de la vida espiritual y en la profesión de fe de los cristianos. Ella debe influir positivamente en la vivencia de toda la vida cristiana.
            Este influjo no puede ser algo que dependa del gusto, o del capricho de las personas. Hay que afirmar que es un elemento positivo necesario e indispensable, sin el cual el alma no puede llegar a la plenitud de la vida en Cristo.
            El puesto que María ocupa en el plan salvífico de Dios ha sido determinado y prefijado por el mismo Dios. Y es un plan de salvación, cuya estructura no puede cambiar. Por eso, la presencia activa de María en la vida espiritual de las almas es necesaria e indispensable, porque pertenece al plan salvifico de Dios.
            El Papa Pablo VI formuló una afirmación de grande transcendencia en el año 1975, ante la mayor representación de los mariólogos de todo el mundo. Comentando aquel texto de San Pablo: Cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios al mundo a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para que recibiéramos la adopción de hijos (Gal. 4.4), e interpretándolo a la luz de la enseñanza del Concilio Vaticano II, afirmó que se puede deducir legítimamente de ese texto que María entra a formar parte «esencial» del misterio de la salvación.
            Afirmación magnífica que corrobora cuanto la Iglesia ha sentido y enseñado a lo largo de los siglos. Dicha afirmación, traducida en términos de vida espiritual, o de espiritualidad equivale a lo que el mismo Papa Pablo VI enseñó, dirigiéndose a los fieles de Cerdeña, ante la imagen de Nuestra Señora de Bonaria (24.4.1970) : «Si queremos ser cristianos debemos ser marianos». Es decir: debemos vivir en unión espiritual con María, debemos vivir una vida mariana. No es posible vivir en plenitud la vida cristiana, sin una vivencia consciente y acentuada del misterio de María.
 
Presencia y acción de Maria en las almas 

a) Espiritualidad mariana es vivir la acción y la presencia de María en el alma; conceder a la Virgen María la importancia que le corresponde en
nuestra vida espiritual, que debe estar, como hemos indicado, en correspondencia con la importancia de que Ella goza en el misterio de la salvación. Es dejarnos llevar de su amor maternal hacia su Hijo, para acercarnos más y más a El.
            Espiritualidad mariana es seguir los ejemplos de María, imitar sus virtudes, adoptar su misma actitud de sencillez, humildad y entrega ante la voluntad del Padre para la salvación de los hombres. Es pronunciar en cada momento y circunstancia de nuestra vida aquellas mismas palabras que sellaron la suya, y con la misma disposición de espíritu: Hágase en mí según tu palabra (Lc. 1, 38). Es consagrar nuestra vida y cada uno de sus instantes a la persona ya la obra de Jesús, y vivir esa consagración como Ella la vivió.
            b) Podemos resumir todo esto en una frase breve, pero expresiva: espiritualidad mariana es vivir consciente y amorosamente la presencia activa maternal de Maria en nuestra vida.
            La presencia activa de María se extiende a toda la vida de la gracia, desde su origen hasta su con sumación. Pablo VI nos lo enseña así en la breve Encíclica Signum Magnum (1697). Dice así:
            «(María) continúa ahora desde el cielo cumpliendo su función maternal de coperadora en el nacimiento y en el desarrollo de la vida divina en cada una de las almas de los hombres redimidos».
 
            Desde el nacimiento a la gracia hasta su consumación. En toda la trayectoria de la vida espiritual, en todos sus instantes, en sus vicisitudes y vaivenes... nos encontramos con la mirada amorosa de nuestra Madre, que vela por sus hijos sin cesar.
            María se hace presente a nuestra vida ante todo mediante su acción maternal. Su influjo en las almas es la colaboración que Ella, como Madre espiritual, presta para su salvación y santificación. Dicha acción es permanente, ininterrumpida. Es una influencia de gracia, un río de luz que nunca se corta en su origen.
            El Concilio Vaticano II dice que:
«...esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación... hasta la consumación perfecta de todos los elegidos» (LG 62).
            Esta acción maternal no es algo abstracto e imperceptible. Muchas almas han percibido, en ocasiones de forma sensible, ese influjo y esa presencia santificadora de María. El mismo Concilio afirma que la Iglesia la experimenta continuamente (LG 62) .y recomienda ala piedad de los fieles que se abran a esa acción maternal, para unirse con mayor intimidad al Mediador y Salvador. María, camino para ir a Cristo.
            c) La acción de la Virgen María en las almas tiene dos aspectos más importantes. En primer lugar, actúa como modelo. Tiene un papel de ejemplaridad en el desarrollo de la vida espiritual; actúa con el influjo de la causa ejemplar.
            Además, y en segundo lugar, ejerce una actuación, o un influjo positivo en el alma, como causa eficiente subordinada en todo a Cristo Mediador, y dependiente de El. María es Madre y medianera de las gracias. Colabora eficientemente ala comunicación y al desarrollo vital de la gracia, lo mismo que colaboró con Jesús y bajo él a nuestra salvación.
 
El ejemplo de Maria

            a) Bajo el primer aspecto, hay que tener en cuenta que María es modelo perfecto y universal en la vida de gracia y en orden a la santificación. Y es modelo en un doble sentido:
            -en cuanto estuvo adornada de la plenitud de gracia y santidad;
            -en cuanto Ella practicó con toda perfección las virtudes fundamentales, que constituyen el entramado de la vida cristiana.
            En este doble aspecto se resume lo más esencial de la ejemplaridad de María en la vida espiritual. El Concilio Vaticano II puso de relieve estos dos elementos, dirigiéndose a todos los fieles.
            Por una parte, dice, la Santísima Virgen ha alcanzado ya la perfección, la plenitud de gracia y santidad, signo de la santidad de la Iglesia; fue totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado (LG 56). Asunta gloriosamente a los cielos, brilla ante la Majestad de Dios como el signo de la Iglesia, que ha de ser glorificada y que camina a su plenitud, y como el ideal y el símbolo de todo cristiano.
            Por otra parte, María -dice el mismo Concilio-, resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos (LG 65).
            En particular, es modelo en el orden de la fe, la esperanza y la encendida caridad; de la obediencia rendida al Padre; modelo por su disponibilidad y apertura para escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica; por su acción apostólica, llena de amor a Dios ya los hombres. Modelo de las disposiciones espirituales con que el cristiano debe participar en la liturgia de la Iglesia. Modelo en su virginidad incontaminada, corporal y espiritual; modelo de la actitud fundamental del hombre frente a Dios. Ejemplo y maestra de vida espiritual para cada uno de los cristianos, la llama el Papa Pablo VI (MC 21); y «modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios» (MC 21).
            Modelo de vida de oración y de almas contemplativas y consagradas a Dios en el apostolado, modelo de amor a Dios ya los hombres.
b) María tiene una ejemplaridad singular para los cristianos, porque ella fue como una encarnación viviente y la más perfecta del Evangelio, después de Jesús mismo. En Ella se hizo carne el Evangelio, el Verbo de Dios, Palabra de verdad y
de vida. Ella reflejó siempre su verdad y su mensaje. María fue la mejor realización del Evangelio de Jesús. Todo su ser, su feminidad transida y sublimada por la maternidad divina, estuvo orientado hacia Dios y hacia la salvación de los hombres, sus hermanos, en actitud generosa de acogida, de apertura y de servicio al plan de la salvación. Ella fue, en una palabra, dice el Papa Pablo VI, la primera
V la más perfecta discípula de Cristo, lo cual tiene un valor universal V permanente (MC 35).
            La ejemplaridad de María para los cristianos es de orden espiritual, no natural ni sociológico. Por eso, su imitación debe tener como centro y meta sus actitudes espirituales, más que sus condiciones históricas de vida, sociales o meramente humanas.
            Es oportunísima a este respecto la norma y la orientación dada por el Papa Pablo VI. Dice así:
            “La Virgen Maria ha sido propuesta siempre por la Iglesia a la imitación de los fieles, no precisamente por el tipo de vida que Ella llevó, y tanto menos por el ambiente socio-cultural en que se desarrolló, hoy día superado en casi todas sus partes; sino porque en sus condiciones concretas de vida Ella se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios (Lc. I, 38); porque acogió la palabra y la puso en práctica; porque su acción estuvo animada por la caridad y por el espíritu de servicio...” (MC 35).
            Esta es la imagen evangélica de María, que irradia ejemplaridad para los cristianos; no esas imágenes raquíticas, que nos presentan algunos comen-taristas de hoy, hechas casi exclusivamente a base de los retazos humanos y socioreligiosos de la vida de Nuestra Señora. Esa es la imagen que nos ofrece la revelación divina, interpretada por la Iglesia. Y esa es la imagen que ha contemplado siempre la misma Iglesia, y que nos la ofrece en su liturgia y en la vida de los Santos.
            Esta es la imagen auténtica de María, modelo eximio de la condición femenina y ejemplo limpísimo de vida evangélica (Pablo VI, MC 36), capaz de renovar la vida de los cristianos y de plasmar en ellos los más sublimes ideales de santificación y servicio a la Iglesia.
 
El influjo de María

            a) María ejerce un influjo en la vida de los cristianos verdadero y eficiente, no sólo porque los mueve y conduce a su imitación, mediante su riquísima y poderosa ejemplaridad; sino también porque realiza una verdadera acción eficiente en el desarrollo de su gracia. Este influjo eficiente, que viene a ser un aspecto concreto de su acción salvífica en el misterio de la salvación, es ante todo una acción maternal.
            María estuvo Íntimamente asociada con su Hijo Jesucristo por disposición divina en la realización de la obra de la redención de los hombres. Fue predestinada juntamente con la Encarnación del Verbo para ser en el tiempo la Madre del Redentor y su Socia y compañera inseparable, colaboradora en el misterio de la redención. Ella misma, como nos enseña el Vaticano II, al aceptar la palabra de Dios en el momento de la Anunciación: Hágase en mí según tu palabra, y al ser hecha Madre de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la
persona ya la obra de Jesús, tomando parte con El y bajo El en el misterio de la redención, con la gracia de Dios omnipotente (cf. LG 56).
            A través de los misterios y momentos de su vida, la Virgen María prestó una colaboración espiritual, para la redención de los hombres, de manera especial, durante su presencia en el Calvario, cuando su Hijo moría en la cruz.
            Esta participación y este influjo en la salvación de los hombres no dimanan de una necesidad ineludible, sino del beneplácito divino y de la sobreabundancia de los méritos de Jesucristo. Nacen de la bondad y del amor misericordioso del Padre, que quiso asociar los méritos de la Madre a los del Hijo, para la salvación del género humano.
            De esta suerte, María, como dice el Vaticano II:
            «Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo mientras moría en la cruz, cooperó de forma enteramente singular a la obra del Salvador, con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso, es nuestra Madre en el orden de la gracia (LG 61).
            Es lo mismo que había afirmado el Papa Pío XII
en la Encíclica Hauríetís Aquas: Dice así:
            “Por voluntad de Dios, en la realización de la obra de la redención humana. la Santísima Virgen María estuvo indisolublemente unida a Cristo, hasta el punto de que nuestra salvación fluye del amor de Jesucristo y de sus padecimientos. unidos íntimamente con el amor y los dolores de su Santísima Madre.
            b) A esto se llama comúnmente en la teología cooperación de María a la redención objetiva. Pero, además de esto y como una consecuencia de ello, María colabora de modo análogo en la aplicación de las gracias a los redimidos y en su desarrollo a lo largo de toda su vida espiritual. El mismo puesto que Ella ocupa en el misterio de la salvación, lo ocupa también en el progreso de la vida espiritual.
Sólo así resulta completa su función maternal.
            El Concilio Vaticano II, como hemos recordado antes, enseña que la maternidad espiritual de María es una realidad permanente, una acción que no ha
pasado. María sigue actuando ahora y en este momento como Madre para los hermanos de su Hijo Jesucristo, el primogénito entre muchos hermanos...
            El Concilio se expresa de esta manera:
            «(María) es nuestra Madre en el orden de la gracia.
            Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar... hasta la consumación perpetua de todos los elegidos (LG 62).
            A continuación concreta el Concilio algunos de los aspectos de esta acción maternal de María en favor de los hombres; acción que viene a extenderse a todo el ámbito de la vida espiritual. Dice así:
            «Asunta a los cielos no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna (LG 62)"
            La múltiple Intercesión, de que habla el Concilio, indica las diversas formas que reviste la acción maternal de María en beneficio de las almas y de la Iglesia. Es una actuación positiva y constante de la Madre en favor de sus hijos de adopción. Intercede ante su Hijo, pide por nosotros, nos ayuda con sus auxilios...
            La expresión dones de la salvación, comprende toda la gama de dones, gracias y beneficios sobrenaturales; gracia santificante y gracias actuales; gracia y aumento o desarrollo de la misma; comienzo de la vida espiritual y crecimiento en ella. Todo es gracia; todos son dones que pueden conducirnos a la salvación; porque todo se deriva en el orden sobrenatural de Cristo Cabeza y de la acción maternal de María.
            En otros términos es lo que había afirmado el Papa Pablo VI en Signum Magnum: que la Virgen María cumple en el cielo su acción maternal, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en cada una de las almas de los redimidos...
            Nuestra gracia, la gracia de la amistad divina que santifica las almas, es esencialmente cristiana; porque proviene de Cristo. Brota de Cristo Cabeza, que es fuente de salvación eterna para cuantos creen en El. Pero, tiene también un matiz o un sello mariano. Es gracia también de María, Madre nuestra; porque Ella colaboró con su Hijo y bajo su acción salvadora a nuestra salvación, y colabora actualmente desde el cielo a nuestra santificación, íntimamente unida a Jesús, al Espíritu Santo ya la Iglesia.
c) Todo esto tiene su aplicación tanto a nivel general o universal, como a nivel de cada persona, o de cada cristiano en particular. María colaboró con Cristo a la regeneración espiritual del género humano, de toda la humanidad. Ella es la Madre de la Iglesia, como la proclamó el Papa Pablo VI el 21 de noviembre de 1964; es decir: «Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores»; Madre de Cristo Cabeza y de sus miembros, Madre del Cuerpo Místico. Es Madre de la vida espiritual de la Iglesia; de suerte que no es posible vivir esta vida en plenitud sin una referencia a María, o sin una vivencia mariana.
            Pero, María es Madre de cada uno de los redimidos; porque ha colaborado ala regeneración de cada uno en particular. Pablo VI lo ha afirmado de una manera precisa y es doctrina común en la enseñanza del magisterio de los Papas.
            María intercede ahora desde el cielo para que Dios conceda a cada redimido las gracias de la salvación, sin las cuales no es posible que la vida divina se desarrolle en las almas. Ella cuida con amor maternal, como dice el Vaticano II, de cada uno de los hermanos de su Hijo (LG 62) .Este cuidado se extiende a toda la vida de gracia; no sólo para que vivan en gracia y amistad divina; sino también para que progresen en el camino de la santificación y se identifiquen más y más con la imagen de Jesús.
            La vida de los Santos y de muchas almas anónimas es un testimonio fehaciente de esta acción particular de la Virgen María en el desarrollo y progreso de su vida espiritual. El Vaticano no ha constatado que la Iglesia experimenta esta acción maternal de María. Ella es más profunda y más fuerte cuanto el alma ha llegado aun mayor grado de santidad...

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