martes, 1 de noviembre de 2011

Consagración personal a la Santísima Virgen María

Consagración a María y vida espiritual mariana
            La consagración a María es la forma más perfecta y excelente, más eficiente y recomendable de vivir una auténtica espiritualidad mariana. Mediante ella la persona se compromete, o se obliga amorosa y libremente a vivir en una atmósfera mariana, a imitar en todo a María, a conformar su vida y sus actitudes con las de la Virgen nuestra Madre, para vivir así en mayor intimidad con Jesús.
Pablo VI, en el documento con que declaró a María, Madre de la Iglesia, afirmó que:
            «El conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre María será siempre la llave de la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia» (Discurso de 21.XI.1964).
            Glosando este pensamiento del Papa, podemos decir que la Consagración a María y la vida en íntima comunicación espiritual con Ella son la clave para vivir más íntimamente unidos al misterio de Cristo y de la Iglesia; la clave para vivir una auténtica vida cristiana y eclesial.
            Esto es más fácilmente comprensible si tenemos en cuenta el puesto que la Virgen María ocupa en la historia de la salvación, y la función que desempeña en la Iglesia, como Madre espiritual y colaboradora en la vida de la gracia.
            María es miembro sobreeminente de la Iglesia, como ha recordado el Vaticano n. La prerrogativa de ser la Madre de Dios la eleva a una categoría y dignidad altísima, que Santo Tomás y los teólogos han calificado como casi infinita, por razón de la dignidad infinita de su Hijo; aunque la sitúa al mismo tiempo muy cerca de los hombres, por ser Madre de los cristianos en el orden de la gracia, al ser Madre del Dios Salvador. Es por lo mismo la Hija predilecta del Padre, la Madre Sacratísima y virginal del Hijo y el templo del Espíritu Santo; Sagrario de la beatísima Trinidad (cf. LG 53).
            Si la espiritualidad mariana es una forma, o estilo de vivir la vida cristiana, bajo la inspiración y la influencia de María, parece que no hay otro modo más perfecto y excelente de vivir esa espiritualidad, que mediante la consagración a María. En ella y mediante ella se vive el reconocimiento amoroso de la dignidad de María, de sus relaciones con la Santísima Trinidad y de sus relaciones de Madre y Reina con relación a los redimidos.
            Los Santos más devotos de la Virgen María, desde San Ambrosio y San Ildefonso de Toledo hasta la época más reciente, han practicado alguna forma de consagración, como expresión de su amor y servicio amoroso a la Señora. La Iglesia entera vive también consagrada a María.

Qué es la Consagración mariana
a) Muchos cristianos, a lo largo de la historia de la piedad, han practicado en una forma o en otra la consagración mariana. Actualmente, no cabe duda que muchas almas devotas expresan de este modo su devoción más profunda a la Virgen María. En realidad, la consagración mariana ayuda muy eficazmente a vivir la vida cristiana con sentido de autenticidad.
            Pero, si examinamos de cerca la conducta espiritual de muchos cristianos, que han practicado y practican la consagración mariana, no será difícil descubrir que en muchas ocasiones esa práctica se ha reducido aun mero rito de carácter externo, sin fuerza santificadora; una práctica, sin incidencia apenas en la conducta y en el comportamiento interior de la persona. ¿Es esto la consagración a, María? Desde luego, no.
            Hay que reconocer también que otro grupo de cristianos consagrados a María, más o menos numeroso ha vivido con delicadeza y amorosa generosidad las exigencias espirituales de su consagración. Dicha consagración ha sido como un sello, o recuerdo permanente, que les ha ayudado a configurar su espíritu con el alma de María, entregada plenamente al servicio de la salvación.
            Nadie puede poner en duda que la consagración: a María es un gesto dotado de una fuerza de renovación de vida cristiana. Es preciso vivir con fidelidad su sentido y su significado.
            El progreso en la vida espiritual depende muchas veces de estos estímulos, que nos invitan y ayudan a ser fieles al compromiso de amor y de servicio para nuestra Madre del cielo. Es importante, por lo mismo, conocer con detalle qué es y qué significa la consagración a María; qué entraña y qué exige, para vivirla en su plenitud.
            b) Todo cristiano, por el sacramento del bautismo, fue hecho miembro vivo de la Iglesia y fue sellado y consagrado, para vivir en obsequio de Jesucristo. El sello indeleble de esta consagración es como una voz y una invitación constante a la fidelidad bautismal.
            La consagración a María no es un sacramento, ni imprime carácter en el alma. Pero, es un compromiso y una obligación, que el cristiano puede, asumir libremente, para vivir a imitación de María, y en obsequio de Jesucristo, su Hijo. A imitación de, María, no sólo en un momento de la vida, ni en la práctica de una virtud aislada; sino en el desarrollo de toda la vida espiritual y en el ejercicio de todas las virtudes, o actos sobrenaturales, en los que la Virgen María es modelo incomparable.
            Es una actitud de vida, por la cual nos dirigimos a María como a Madre nuestra, para vivir bajo su protección, amparados bajo sus cuidados maternales. Entramos a formar parte, por decirlo así, de su familia espiritual y de su escuela, para aprender de ella a conocer, amar y servir con fidelidad a Jesús. A vivir la auténtica vida cristiana, vida consagrada a Dios ya la Iglesia.
            Esta actitud puede ser ratificada en un acto particular y solemne; en un acto de consagración; en la manifestación externa de ese compromiso de fidelidad y amor, que viene a establecer una alianza espiritual entre el cristiano y la Virgen María. Mediante este acto, el consagrado pasa a ser pertenencia de Nuestra Señora.
c) Los autores espirituales han dado y dan diversas definiciones de consagración mariana. Pero, todas vienen a coincidir en unos mismos elementos fundamentales.
            La consagración mariana personal -que es la más importante para nosotros-, es un acto de donación personal, libre y consciente, universal y perpetua que la persona hace de sí misma a la Virgen Maria, con la aceptación y el reconocimiento de los derechos que Ella tiene como Madre y como Reina, y como expresión de veneración, culto y amor hacia Ella.
            La consagración es una donación personal a María, para que Ella gobierne nuestra vida y mande en nuestra alma. Todo cristiano redimido por la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo le pertenece a El; pues, como dice el Apóstol Pedro en la primera de sus Cartas, hemos sido comprados, no con oro y plata corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin mancilla (I Pe.
1, 18-19). En algún sentido le pertenece también a la Virgen María, al ser miembro de la Iglesia, de la que Ella es Madre y Reina. También María colaboró con sus merecimientos a nuestra redención.
            El cristiano, pues, al hacer su consagración a María, más que hacer una donación de sí mismo a Quien ya le pertenece, lo que hace es un reconocimiento expreso y amorosamente ratificado de esa pertenencia, asumiendo conscientemente el compromiso de vivir en conformidad con esa alianza de amor. Más que entregarse para ser poseído, se alegra y se reconoce como propiedad de la Señora.
            Tal reconocimiento es universal y perpetuo. Se extiende a toda la vida ya todos los actos del cristiano sin excepción; para siempre. De lo contrario, no sería una verdadera y auténtica consagración.
            d) A lo largo de la historia de la piedad mariana la consagración a María ha revestido diversos matices. En los siglos XVI y XVII prevaleció la fórmula de esclavitud y de servicio. Era una entrega y consagración a María, como Reina y Señora del universo, como la que el esclavo hacía de sí mismo al servicio de su señor. Pero, aún esa fórmula de esclavitud era fruto del amor filial hacia María, como Madre universal.
            En los tiempos recientes ha prevalecido y prevalece hoy la fórmula de la consagración filial. San Luis María Grignon de Montfort, el gran apóstol moderno de la consagración mariana, la sintetizó en esta sencilla frase: vivir en María, por Maria, con María y para María.
            Vivir en María significa vivir envueltos en una atmósfera espiritual de carácter mariano; revestidos de sus mismos sentimientos; siguiendo y secundando sus inspiraciones; unidos a los afectos de su Corazón Sacratísimo, volcado hacia Dios, hacia su Hijo Jesucristo y hacia los hombres.
            Vivir por María es vivir a impulsos de la gracia que María nos obtiene mediante su múltiple intercesión; vivir sintiendo el influjo espiritual que ella realiza en nuestra alma; vivir unidos y como colgados de ella y de su protección materna.
            Vivir con María es vivir en diálogo amoroso con nuestra Madre del cielo; en comunicación espiritual con ella; animados de sus mismos sentimientos, llevando en nuestro interior la representación de su imagen de Madre, que debe acompañarnos a todas las partes. Vivir con María es sentir compañía cercana a nosotros y sentir el calor de su corazón, que nos aliente y anime.
            Vivir para María es vivir en obsequio de nuestra Madre espiritual; honrarla, venerarla para honrar a Dios ya su Hijo. Es recorrer las etapas de su vida, como camino para llegar a Jesús.

Actualidad de la consagración mariana
            La consagración a María se ha practicado en la Iglesia desde época muy remota. En los primeros siglos no aparecen ni fórmulas de consagración, ni datos muy concretos. No obstante, se vivió el espíritu y el contenido de la verdadera consagración.
            La antífona más antigua, dedicada a la Virgen María, de uso frecuente desde el siglo IV, expresa una idea parecida. Dice así: «Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no desoigas nuestras súplicas en nuestras necesidades; antes bien, líbranos de todo peligro, sola Casta, sola Bendita».
            El Papa Pablo VI recuerda el ejemplo de San Ambrosio, quien en el siglo IV aconsejaba a los fieles a vivir en María y con María. Dice así:
            «Bien pronto comenzaron los fieles a fijarse en María, para como Ella hacer de su propia vida un culto a Dios, y de su culto un compromiso de vida. Ya en el siglo IV San Ambrosio, hablando a los fieles, hacía votos para que en cada uno de ellos estuviese el alma de María para glorificar a Dios. Que el alma de María esté en cada uno, para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno, para que se alegre en Dios” (MC 21).
            Durante la Edad Media gran número de monjes, y también de fieles en general practicaron la consagración mariana. San Bernardo y San Odilón de Cluny son dos ejemplos de los más destacados.
            En el siglo XVI y XVII florecieron en España y en Europa las cofradías de la esclavitud mariana; forma de consagración a María promovida principalmente por espirituales españoles; en particular, por el Beato Simón de Rojas y Bartolomé de los Ríos. El Carmelita Miguel de San Agustín en Flandes y San Luis María Grignón de Montfort, su discípulo espiritual, dieron máxima actualidad a la práctica de la consagración mariana, como expresión de amor filial a María.
            Esta práctica está cobrando vigencia y difusión en nuestros días, gracias principalmente a la actitud y al ejemplo estimulante de Su Santidad el Papa Juan Pablo II, que lleva en su escudo la fórmula de su consagración a María: una M (María), con la leyenda: Totus tuus = todo tuyo.
            La actualidad de la consagración mariana radica en su sentido y significado.         Es un acto de devoción mariana de los más excelentes y eficaces en orden a la santificación cristiana; por lo mismo, de los más recomendables para la vida espiritual.
            Todo lo que los Papas han enseñado sobre el valor de la devoción a la Virgen María, y su eficacia en orden a la renovación de la vida cristiana, puede aplicarse por antonomasia a la consagración mariana.
            En nuestros días el Concilio Vaticano II ha esclarecido los fundamentos teológicos de la consagración a María. Por su parte, los Papas, desde Pío XII hasta Juan Pablo II, con sus enseñanzas y con su conducta, han mantenido y fomentado su actualidad, tanto en el aspecto personal como colectivo, o comunitario.

Algunos documentos de los Papas
            Los Papas se han referido en más de una ocasión al valor positivo de la consagración a María; así como a las obligaciones, a los compromisos de vida cristiana y al comportamiento de los consagrados. Referimos algunos documentos de los Romanos Pontífices más recientes, que ponen de relieve la actualidad de esta forma de devoción mariana:

Pio XII:
            «Reina del Santísimo Rosario, auxilio de los cristianos, refugio del género humano, vencedora de todas las batallas de Dios... A Vos, ya Vuestro Corazón Inmaculado, Nos, como Padre común de toda la familia cristiana, como Vicario de
aquel a Quien "le fue dado todo poder en el cielo y la tierra", y de quien hemos recibido el cuidado de todas cuantas almas redimidas con su preciosa sangre llenan el universo entero, a Vos ya Vuestro Corazón Inmaculado, en esta hora trágica de la historia humana, confiamos, encomendamos y consagramos, no sólo la Santa Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, sino también todo el mundo, destrozado por feroces discordias, abrasado en un incendio de odios, víctima de la propia iniquidad» (Radiomensaje a peregrinos de Fátima, 31.10.1942) .
            «La Consagración a la Madre de Dios en las Congregaciones marianas es una donación entera de sí, para toda la vida y para la eternidad; es una donación no de puro formulismo, o de puro sentimiento, sino efectiva, realizada en la intensidad de la vida cristiana y mariana, en la vida apostólica... con el florecimiento en una vida interior sobreabundante, que se manifiesta en todas las obras exteriores de sólida devoción, de culto, de caridad, de celo» (Discurso a las Congregaciones Marianas, 21.1.1945).

JUAN XXIII:
            «Este sentimiento de humildad y de valeroso servicio a Dios ya su Iglesia os ha conducido a la actual profesión de fe y amor, que de ahora en adelante será más generosa que lo ha sido en el pasado, después del acto de la consagración de Italia al Corazón Inmaculado de Maria, cumplido por vosotros.
            Confiamos que en fuerza de este homenaje a la Virgen Santísima, todos los italianos veneren con renovado fervor en ella a la Madre del Cuerpo Místico, del cual la Eucaristía es símbolo y centro vital; imiten en ella al modelo más perfecto de la unión con Jesús, nuestra Cabeza; se unan a Ella en el ofrecimiento de la víctima divina; e imploren de su maternal intercesión para la Iglesia los dones de la unidad, de la paz y sobre todo de un mayor florecimiento de vocaciones sacerdotales. De esta suerte la consagración vendrá a ser siempre un motivo de mayor compromiso en la práctica de las virtudes cristianas, una defensa eficacísima contra los males que nos amenazan, y una fuente de prosperidad incluso temporal, según las promesas de Jesucristo. (Radio mensaje del 13.9.1959, en el XVI Congreso Eucarístico nacional de Italia).

PABLO VI:
            «...Puesto que en este año se conmemora el XXV aniversario de la solemne consagración de la Iglesia y del género humano a Maria, Madre de Dios, ya su Corazón Inmaculado, hecha por nuestro predecesor de feliz memoria el Papa Pio XII, el 31 de octubre de 1942 con ocasión del Radiomensaje a la Nación portuguesa --Consagración que Nos mismo hemos renovado el 21 de noviembre de 1964--- exhortamos a todos los hijos de la Iglesia a renovar personalmente su propia consagración al Corazón Inmaculado de la Madre de la Iglesia, ya vivir este nobilísimo acto de culto con una vida siempre más conforme a la voluntad divina, en un espíritu de servicio filial y de devota imitación de su celestial Reina.
(Exhort. Apostólica Signum Magnum, 13.5.1967).

JUAN PABLO II:
            «...En esta gran hora, que hace temblar, no podemos menos de dirigir, con filial devoción, nuestra mente a 13 Virgen Maria, que siempre vive y actúa como Madre en el misterio de Cristo y de la Iglesia, repitiendo las dulces palabras: totus tuus -"Iodo tuyo"-, que hace veinte años escribimos en nuestro corazón y en nuestro escudo, con motivo de nuestra consagración episcopal» (Del primer radiomensaje. Leído en la Capilla Sixtina. 17.10.1978).
            «...Ante la Virgen de Czestochowa fue pronunciada la Consagración de Polonia al Corazón Inmaculado de María, el 8 de septiembre de 1946. Diez años después se renovaron en Jasna Gora los votos del Rey Jan Kazimierz, en el 300 aniversario de cuando él... proclamó a la Madre de Dios Reina del reino polaco. En esa efemérides comenzó la gran novena de nueve años, como preparación al milenio del bautismo de Polonia. Y finalmente, el mismo año del milenio, el 3 de mayo de 1966, aqui, en este lugar, el primado de Polonia pronunció el acto de total esclavitud a la Madre de Dios, por la libertad de la Iglesia en Polonia y en el mundo. Este acto histórico fue pronunciado aquí, ante Pablo VI, físicamente ausente pero presente en espíritu, como testimonio de esa fe viva y fuerte que esperan y exigen nuestros tiempos...
            El Papa Pablo VI aceptó este acto de consagración como fruto de la celebración del milenio polaco en Jasna Gora; de ello da fe su Bula, que se conserva junto a la imagen de la Virgen Negra de Czestochowa. Hoy, su indigno sucesor, viniendo a Jasna Gora, desea renovarlo el día después de Pentecostés, precisamente cuando en toda Polonia se celebra la fiesta de la Madre de la Iglesia...
            Gran Madre de Dios hecho hombre, Virgen santísima, Señora nuestra de Jasna Gora... séame lícito comenzar hoy con las mismas palabras el nuevo acto de Consagración a Nuestra Señora de Jasna Gora, que nace de la misma fe, esperanza y caridad, de la tradición de nuestro pueblo... y al mismo tiempo de los nuevos deberes que, gracias a Ti, oh María, me han sido confiados a mi, hombre indigno y al mismo tiempo tu hijo adoptivo...
            Deseo hoy, al llegar a Jasna Gora como primer Papa-Peregrino, renovar este patrimonio de confianza, de consagración y de esperanza... y por tanto, te confío, oh Madre de la Iglesia, todos los problemas de esta Iglesia; toda su misión, todo su servicio... Lo hago en el lugar de la gran consagración, desde el que abrazas no solo a Polonia, sino a la Iglesia entera en las dimensiones de países y continentes: toda la Iglesia en tu Corazón materno.
¡Oh Madre!: te ofrezco y te confió aquí, con inmensa confianza, la Iglesia entera, de la que soy el primer servidor. Amén» (De la homilía en Jasna Gora, 4.6.1978).
            Uno de los secretos de la vida espiritual –el gran secreto, que diría San Luis María Grignon de Montfort - es vivir la presencia maternal de María, realización y actualización de su mediación materna, que nos envuelve en la presencia de Dios misericordioso y en la de Jesucristo, su Hijo. María nos ayuda a vivir en esa atmósfera de Dios.
            ¿Cómo aprovecharnos al máximum de esa presencia benéfica de María, para la Iglesia y para las almas? ¿Qué actitud habrá que adoptar para sentir y vivir en toda su profundidad la presencia siempre beneficiosa de María, para movernos dentro del círculo de su acción y de su influencia mediadora y maternal, bajo la irradiación de su presencia santificadora? ...
            La consagración mariana puede ser la respuesta a estos interrogantes. Es la forma más espontánea y expresiva de vivir esa presencia de María, que puede convertirse en una síntesis de espiritualidad mariana, y en una fuerza indiscutible de renovación de vida cristiana.
            Podemos decir, que este es el modo eficaz de llevar a cabo aquella exhortación que el Papa Juan Pablo II dirigió a los participantes en los Congresos Internacionales Mariológico y Mariano, celebrados en Zaragoza (1979), ya todos los fieles de España:
            «Mi exhortación a vosotros en estos momentos es ésta: sed testigos vivos, luminosos de la auténtica devoción mariana, promovida por la Iglesia en la línea marcada por el Concilio Vaticano II, en particular cuando nos recuerda a todos: obispos, sacerdotes, religiosos y seglares, que la devoción a la Virgen debe proceder de la fe verdadera por la que somos movidos a reconocer las excelencias de la Madre de Dios, a amarla con piedad de hijos, ya imitar sus virtudes (cf. LG 67) .(Radiomensaje a los Congresos, 12.10.1979).
            El deseo de imitar a María, nacido de una fe ilustrada, debe terminar en la consagración mariana. Es el gesto más auténtico de un hijo para con su madre del cielo: vivir en María, con María, por María y para María, para vivir para Dios y para Jesús.

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