¿Qué otras verdades enseña la Iglesia
sobre la Santísima Virgen?
Cuatro son las principales: su asociación con el Redentor, su maternidad espiritual, su mediación y su relación múltiple con la Iglesia.
María, Socia del Redentor
La Iglesia enseña el puesto de María en la Historia de la Salvación.
En ella la Virgen está unida a la persona del Redentor como madre suya: dándole
carne humana le hizo posible el redimir al mundo según el plan de Dios. Pero
además fue asociada a la obra redentora colaborando activamente con su Hijo a la
redención del género humano. Como Eva junto a Adán contribuyó a la ruina ya la
muerte de los hombres, así María, nueva Eva, junto a Cristo, el segundo Adán,
contribuyó a su resurrección ya su vida (LG 56).
Esta colaboración no debe pensarse como algo necesario, sin lo que
la actuación del Redentor hubiera sido incompleta e insuficiente; fue una
colaboración que no añadió nada a lo que por si mismo era ya suficientísimo y
perfecto. María cooperó con sus actos libres y meritorios a la obra redentora de
Jesús; pero fue el Redentor mismo quien dio a los actos de su Madre un valor
corredentivo en orden a la salvación del mundo; por eso todo se refunde en
Jesucristo, único Mediador según la doctrina de San Pablo (LG 56).
La Madre de los hombres
Por esta colaboración en la obra redentora María es la Madre de los
hombres con toda propiedad. Madre es la mujer que da la vida a otro ser, su
hijo. María nos ha dado a todos la vida de la gracia cooperando activamente en
la obra del Salvador que fue restaurar la vida sobrenatural de las almas (LG
61).
Esta maternidad de María se llama maternidad espiritual en
contraposición con su maternidad física, por la que es madre de Jesús. La
maternidad espiritual comenzó en el momento mismo de la encarnación del Verbo en
el seno virginal de
María: desde que empezó a ser la Madre de Jesús, era la Madre del Redentor y de
todos los redimidos, que para serIo tenían que estar unidos a El como los
sarmientos con la cepa y los miembros del cuerpo con su Cabeza. Esa misma
maternidad es la que proclamó después Jesús desde la Cruz, cuando señalando a
María dijo a San Juan, que representaba a la humanidad redimida: «Ahí tienes a
tu Madre» (LG 58).
El pueblo cristiano, dice el Vaticano II, ha experimentado siempre
esta verdad y ha sentido el consuelo de tener por madre suya a la misma Madre de
Dios. Esta misión maternal de María no se acabó con su vida terrena, sino que
sigue en el cielo intercediendo por sus hijos de la tierra; a través de esa
mediación maternal se difunden las gracias en el mundo. Por eso la Iglesia llama
a María medianera de todas las gracias; mediación que no oscurece ni disminuye
la mediación de Cristo, sino al contrario, sirve para que aparezca más su
eficacia porque se apoya en ésta, de ella depende y en ella tiene toda su fuerza
(LG 62).
La intercesión de la Virgen no agota la actuación de su misión
maternal para con los hombres; actúa también con su ejemplaridad atrayendo de
modo irresistible a la imitación del divino modelo, Jesucristo, de quien ella ha
sido siempre la imagen más perfecta (LG 65).
Nuestra Medianera ante Dios
Animados de la mejor intención ecumenista, había en el Concilio
quienes admitiendo y todo la mediación mariana, propugnaban que no se hablase de
ella. Pero esa verdad tenía tan hondas raíces en la Tradición y el Magisterio,
que fue imposible soslayarla. Para que todos los católicos sientan de verdad con
la Iglesia, reproducimos la variedad de frases con que se propone el hecho de la
mediación mariana en el texto conciliar:
Por María y cooperando Ella, se inauguró la nueva economía (LG 54) .
Por María nos vino la vida, como por Eva incurrimos en la muerte (LG
56).
María secundó fielmente la voluntad salvífica de Dios, consagrándose
a la persona y a la obra de su Hijo (LG 56).
El influjo de María fomenta la unión de los fieles con Cristo (LG
60).
María cooperó a restaurar la
vida sobrenatural de las almas (LG
61).
Su influjo maternal en el orden de la gracia perdura sin cesar (LG
62).
Cooperó y coopera siempre en la regeneración y educación de los
hijos de Dios (LG 63).
La Santísima Virgen nos alcanza los dones de la gracia; y la Iglesia
la invoca como a Medianera, Abogada, Auxiliadora, porque ella misma, la Iglesia,
experimenta de continuo esa mediación y la recomienda a la piedad de los fieles
(LG 62).
Esa es la doctrina de la Iglesia. Dios lo ha querido así yeso
explica que el pueblo cristiano, como por natural instinto, se vuelva a María
amándola e invocándola como a Madre.
La Reina de cielos y tierra
El Papa Pío XII proclamó en 1954 la realeza de María y estableció su
fiesta en la Iglesia. Así consagraba un título con el que, sobre todo desde la
Edad Media, saludaba a la Señora el pueblo cristiano siguiendo el ejemplo de la
liturgia. Esta realeza no es un puro título honorífico, sino un título que
expresa una realidad: María es verdaderamente Reina.
Es Reina por ser la Madre de Jesucristo, Rey de los siglos: es Reina
Madre. Ya el ángel de la Anunciación le dijo que su Hijo reinaría como Mesías
sobre el trono de David y que su reino no tendría nunca fin. Pero María es
también Reina porque fue la compañera del Divino Rey, asociada por El a su
propia obra: es Reina de una manera análoga a las reinas esposas de los reyes,
pero de modo inmensamente más verdadero.
Por ambos títulos tiene María una dignidad regia que la coloca sobre
todas las criaturas y le concede, después de Cristo, el grado supremo de
perfección en el orden sobrenatural; goza de una verdadera primacía en el cielo
de Cristo. Tiene además dominio sobre todas las riquezas espirituales de ese
reino, que son suyas no sólo por ser del Rey, su Hijo, sino también por haber
contribuido con El a su conquista con sus propios méritos personales, con sus
dolores y con su compasión. Ejercicio de este dominio regio es la difusión entre
los ciudadanos del
Reino de Dios de esas riquezas y dones de la gracia por medio de su intercesión
y de su ejemplo.
María y la Iglesia
Entre María y la Iglesia existen relaciones múltiples establecidas
por Dios al trazar las líneas fundamentales de su plan de salvación.
María es miembro de la Iglesia, porque ésta es el único organismo al
que se le comunica la vida divina, que poseyó Ella como nadie. Pero es miembro
singular y excelentísimo de la Iglesia porque, la vida divina se le comunicó a
Ella de forma única, por preservación de toda mancha de pecado y por plenitud de
gracia.
María es arquetipo de la Iglesia: Dios hizo a la Iglesia organismo santo y
santificador, a imagen y semejanza de María. Ella es la Madre Virgen del Hijo de
Dios; la Iglesia es Madre, en integridad de fe, de los hijos de Dios, que son
todos los regenerados por la gracia (LG 63-64).
María es esperanza de la Iglesia; ésta tiene que hacerse cada día
más santa en sus miembros copiando las virtudes y la santidad de María; de ese
modo reproducirá el modelo supremo de santidad, que es Jesucristo. María es
esperanza de la Iglesia; glorificada en cuerpo y alma, María goza ya de los
frutos completos la redención. Esa redención perfecta, que es glorificación no
sólo del alma, sino también del cuerpo, la Iglesia no la tiene todavía en
posesión, sino sólo en esperanza: la ve realizada en su miembro más excelente,
en María (LG 68).
María es Madre de la Iglesia, es decir: de los fieles todos y de los
pastores. Así lo proclamó el Papa Pablo VI el 21 de noviembre de 1964 y ordenó
que el pueblo cristiano la honre e invoque con este gratísimo título. Esta
maternidad es una forma especial de la maternidad espiritual de Nuestra Señora,
que nos pone ante los ojos su solicitud maternal con la Iglesia que peregrina
hacia el Padre.
La riqueza de un título
El Papa, al proclamar a María Madre de la Iglesia, exhortó al pueblo
cristiano a que se dirija con este regalado título a la Virgen, y él mismo se
complacía en desvelar su riqueza y profundidad.
«Virgen María, Te encomendamos toda la Iglesia». Si toda la Iglesia se le
consagra (por boca de Pablo VI, como antes lo hizo por la de Pío XII) es porque
María está sobre la Iglesia, la trasciende en su misión, en sus excelencias, en
sus funciones.
«Tú que fuiste presentada como Madre por tu mismo Hijo... acuérdate del pueblo
cristiano que en Ti confía. La Iglesia se siente hija y vuelve los ojos a María
como a su Madre, en Ella confía y en Ella se abandona. Es un modo de reconocer
la prioridad de la Virgen que contribuyó a la formación o al ser mismo de la
Iglesia.
«Acuérdate de tus hijos: avala sus preces ante Dios. Y cualquiera ve que
“avalar” las preces es llenar el oficio de medianera y abogada.
En una palabra, que el título de Madre de la Iglesia es como cifra y
compendio de las grandezas y oficios de la Virgen, y será fundamento firme de
la devoción que el pueblo cristiano le profesará siempre. Porque quien penetre
el significado de ese título, quien tenga conciencia de lo que debemos a la
Virgen -porque Dios así lo quiso-, será también devoto consciente, y la devoción
consciente reunirá las condiciones que el Concilio señala en otra parte.
El Papa Juan Pablo n ha saludado en muchas ocasiones a María, Madre
de la Iglesia. Recogiendo la enseñanza bíblica y la doctrina del Vaticano II,ha
desentrañado bella y fervorosamente el rico contenido de este título en muchas
de sus alocuciones.
En la homilía de la solemnidad de Pentecostés (7 de junio, 1981)
recordó los principales aspectos y la dimensión misteriosa de esa maternidad de
gracia, encomendando a María, como a Madre, los cuidados de la Iglesia:
«Tú, que has estado con la Iglesia en los comienzos de su misión, intercede por
ella... Tú, que estás tan profunda y maternalmente unida a la Iglesia... abraza
a todos los hombres que están en camino y peregrinan... hacia los destinos
eternos... Tú, que sirves como Madre a toda la familia de los hijos de Dios,
obtén que la Iglesia... prosiga con constancia hacia el futuro por el camino de
la renovación... Demos gracias por la maternidad de María, que se comunicó y
continúa comunicándose a la Iglesia. ¡Demos gracias, porque podamos llamarla
también Madre de la Iglesia!.
A esta Madre de
la Iglesia ha consagrado el Papa el mundo y la Iglesia de todos los confines de
la tierra.
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