martes, 1 de noviembre de 2011

ENSEÑANZAS DOGMÁTICAS SOBRE LA VIRGEN

¿CUANTOS Y CUALES SON LOS DOGMAS MARIANOS?
¿QUE ENSEÑAN?

            Qué se entiende por dogma
            Dogma es una verdad o un hecho que pertenece al objeto de la fe; es decir, que ha sido revelado por Dios de una manera explícita o implícita y que ha sido solemnemente definido por el Magisterio de la Iglesia o propuesto como tal por la tradición invariable de la misma Iglesia.
            Los dogmas deben ser creídos con fe divina porque pertenecen al depósito de la revelación. Así lo enseñó el Concilio Vaticano I (sesión 3a) cuando dijo: que han de ser creídas con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contienen en la Palabra de Dios escrita o transmitida, y que han sido propuestas por la Iglesia, tanto por un juicio solemne, como por su ordinario V universal Magisterio, como verdades a creer divinamente reveladas (Dz&ho 3011).
            Los dogmas deben ser aceptados y retenidos en el mismo sentido en que los ha entendido y profesado, y los profesa, la fe de la Iglesia. Negar alguno de ellos equivale a negar la misma fe, pues supone negar la autoridad de Dios, que los ha revelad
Los dogmas marianos, propiamente dichos, son cuatro:
  • a) María, Madre de Dios
  • b) María, Madre Virgen
  • c) María, Inmaculada
  • d) María, Asunta en cuerpo y alma al cielo
Maria, Madre de Dios
            La liturgia y la literatura oriental, así como los documentos de antiguos Concilios, la llaman Theotokos. Este dogma enseña que María es Madre ver-
dadera porque engendró al Hijo de Dios -la segunda persona de la Trinidad, la Persona del Verbo-, que asumió la naturaleza humana, engendrada milagrosa y virginalmente por Ella, por obra del Espíritu Santo.
            En este sentido lo definió el Concilio de Efeso contra Nestorio; definición que reafirmó el Papa Pío XI en la Encíclica Lux Veritas (1931), y que propuso en estos térmínos nuevamente a la Iglesia:
“Proclamamos la divina maternidad de la Virgen María, que consiste, como dice San Cirilo, "no en que la naturaleza del Verbo y su Divinidad hayan recibido el principio de su nacimiento de la Virgen, sino en que de Esta naciese aquel sagrado cuerpo, dotado de alma racional, al cual se unió hipostáticamente el Verbo de Dios. Y " por eso, se dice que nació según la carne".
            En verdad, si el Hijo de María es Dios, evidentemente Ella, que lo engendró, debe ser llamada con toda justicia Madre de Dios. Si la persona de Jesucristo es una sola y divina, es indudable que debemos llamar a María no solamente Madre de Cristo hombre. sino Delpara, o Theotokos, esto es: Madre de Dios...
            Esta verdad, transmitida hasta nosotros desde los primeros tiempos de la Iglesia, nadie puede rechazarla” (Lux Veritatis, n. 11).
            La misma fe ha proclamado solemnemente en nuestros días el Papa Juan Pablo II, al recordar en dos documentos más importantes (25 de marzo y 7 de junio de 1981) la conmemoración del 1550 aniversario de la celebración del Concilio de Efeso, que definió la maternidad divina de María.
            Este dogma está contenido en la enseñanza de la Sagrada Escritura y fue definido por el Concilio de Efeso (en el año 431) contra los errores de Nestorio. Más tarde fue proclamado por otros Concilios universales, como el de Calcedonia (del año 451) y segundo de Constantinopla (año 553). Otros Concilios generales y particulares, y muchos romanos. Pontífices, particularmente en estos últimos cien años, han reafirmado y enseñado este dogma.
            Este dogma es el principal de todos los dogmas marianos y la raíz y el fundamento de la dignidad singularísima de la Virgen María; el que define su mismo ser en la economía de la salvación. María, por ser Madre de Dios, es Madre también de los hombres, ya que es Madre del Dios Redentor, de Cristo cabeza, y Madre a la vez de los miembros. «De este dogma de la divina maternidad -dice el Papa Pío XI- como de surtidor de oculto manantial proceden la gracia singularísima de María y su dignidad suprema después de Dios» (Lux Veritatis, n. 12). Y esta dignidad, dice el mismo Papa citando a Santo Tomás de Aquino, es una dignidad en cierta manera infinita, por ser Dios un bien infinito.
Maria, Madre Virgen
            Este dogma incluye la virginidad de María antes de la concepción del Hijo de Dios, en su concepción, en su nacimiento y después de éste. Se llama a esta
prerrogativa virginidad perpetua o perfecta. Son innumerables los documentos de los Concilios y de los Papas, tanto antiguos como modernos, que hablan de esta virginidad invio1ada, integérrima, inefable y perpetua de María, por recoger solamente unos calificativos. Y en general ven anunciada esta virginidad en el Antiguo Testamento, y claramente afirmada en el Nuevo. El Papa Paulo IV amonestó con su autoridad apostólica a cuantos no reconocen la virginidad de Maria en todos estos aspectos (año 1555).
            María permaneció virgen en el momento de la concepción del Verbo, porque fue hecha Madre de Dios por obra del Espíritu Santo, sin intervención de varón. Así lo enseñaba en dos definiciones el Concilio Lateranense, del año 649, recogiendo la enseñanza tradicional de los Santos Padres.
            María fue virgen en el parto, porque el nacimiento del Hijo de Dios no quebrantó, antes bien consagró su virginidad. Esta verdad, enseñada a través de la tradición de la Iglesia, ha sido recogida por el Concilio Vaticano II, siguiendo la actitud del Concilio Lateranense del año 649: «su Hijo primogénito, lejos de disminuir, consagró su integridad virginal» (Vaticano II, LG 57).
            María fue virgen después del nacimiento de Jesús porque no tuvo comercio carnal con ningún hombre, viviendo casta y virginalmente con su Esposo San
José. También este aspecto ha sido enseñado expresamente por el Magisterio de la Iglesia, que ha reafirmado en muchas ocasiones la virginidad perpetua de María.
            La virginidad perpetua de María es doctrina universal de la Iglesia profesada desde la época más remota. Es doctrina contempla en el Nuevo Testamento que debe ser mantenida, por tanto, como de fe divina, además de ser profesada por la Iglesia universal. No carece de valor la advertencia delPapa Paulo IV, que dice:
“...advertimos y avisamos con nuestra autoridad apostólica a todos y cada uno de cuantos dicen que la Virgen María no es verdadera Madre de Dios, y que no perseveró siempre en la integridad de la virginidad, es decir: antes del parto, en el parto y perpetuamente después del parto, por obra del Dios omnipotente” (H. Marín, 'Documentos', en Doctrina Pontificia, IV, BAC, 1954, n. 165).
  María Inmaculada
            El dogma de la Inmaculada Concepción significa que la Virgen María fue concebida limpia de pecado original, del cual fue preservada inmune en virtud y en atención a los méritos futuros de su Hijo Redentor. María fue así primicias de la redención. Ya en su predestinación, juntamente con el misterio de la Encarnación del Verbo (LG 61), fue elegida y querida por Dios toda pura y libre de toda mancha
de pecado. María, a pesar de ser de la raza humana como los demás mortales, no estuvo nunca sometida al pecado de origen que contraen todos los descendientes de Adán; pues Ella, desde el primer instante de su concepción, estuvo adornada de la gracia de Dios.
            Este privilegio está insinuado veladamente en algunos textos de la Sagrada Escritura: en Gen. 3, 15, en que se habla de la victoria de la mujer y de su descendencia sobre la serpiente, y en las palabras que el ángel en la Anunciación dirigió a la misma Virgen: Dios te salve, llena de gracia (Luc. 1, 28). A estos textos han recurrido los Papas y Concilios, para enseñar y definir este dogma, proponiéndolo como verdad de fe divina. En particular el Papa Pío IX, y recientemente el Concilio Vaticano II, que dice: que la Virgen Nazarena, habiendo sido enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, fue saludada por el Ángel por mandato de Dios, como llena de gracia (LG 56).
            La Inmaculada Concepción fue definida como dogma por el Papa Pío IX, en el año 1854, en la Bula Ineffabilis Deus (El Dios inefable), en estos términos:
“...con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles la doctrina que sostiene: que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano.
            Otros Papas anteriores habían afirmado esta misma verdad, así como muchos teólogos y escritores. A partir de la definición dogmática, este dogma ha sido enseñado y proclamado en los más importantes documentos marianos promulgados por el Magisterio de la Iglesia. También lo ha reconocido y reafirmado el Vaticano II en la Constitución sobre la Iglesia, en el capítulo consagrado a la Virgen María: «Finalmente, la Virgen Inmaculada –dice- preservada inmune de toda mancha de culpa original...» (LG 59).
María, Asunta en cuerpo y alma al cielo
            Este dogma significa que la Virgen Inmaculada, Madre de Dios, terminado el período de su vida terrestre fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celeste. Así determina el sentido del dogma el Papa Pío XII, quien lo definió solemnemente en el año 1950 en la Bula Munificentissimus Deus (El Dios munificentísimo). La fórmula definitoria dice así:
«...para acreditar la gloria de esta augusta Madre (de Dios) y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial».
            No queda definido aquí si la Virgen murió, o no, como los demás mortales. La muerte de la Virgen no es dogma; mas para el común de los teólogos es sentencia cierta tradicionalmente enseñada y corroborada por la actual Liturgia. La Virgen murió para configurarse con Jesús, que quiso someterse también a la muerte, aunque no había tenido pecado ninguno. Pero sí pertenece al contenido del dogma que el cuerpo de la Virgen María no quedó sometido a la corrupción del sepulcro, que se estima ¡como pena del pecado original.
            Este dogma tiene su raíz y fundamento en la enseñanza de la Sagrada Escritura. El mismo Papa Pío XII recoge y comenta los textos y lugares bíblicos que en la tradición de la Iglesia se han propuesto como base de esta enseñanza, en particular la profecía contenida en Gen. 3, 15, en la que se anuncia la victoria de la mujer y de su Hijo sobre el pecado y sobre la muerte. Sirven también como pruebas aquellos lugares en los que la Virgen María aparece unida a su divino Hijo en la obra de la salvación de los hombres.
            Los Santos Padres y escritores de la Iglesia, así como los textos de la Liturgia, en la que se celebra desde época muy remota la fiesta de la Asunción, se remiten a esa enseñanza de la Sagrada Escritura, que nos presenta el alma de la Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo y siempre partícipe de su suerte (Pío XII). La fiesta de la Asunción se celebró en la Iglesia a partir del siglo VI.
            Con el dogma de la Asunción gloriosa se relaciona la prerrogativa de la Realeza de María. Este dogma es además, según la enseñanza del Concilio Vaticano II, un signo de esperanza cierta para la Iglesia peregrinante, de su esperanza escatológicli. El Concilio lo ha afirmado especialmente en dos ocasiones. «Finalmente, la Virgen Inmaculada..., terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial, y exaltada por el Señor como Reina del Universo para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Apoc. 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (LG 59). «La Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y en alma, es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada... (LG 68).
La Virgen Inmaculada en todo su esplendor
            La Virgen María, según la enseñanza del Concilio de Trento (sesión sexta, año 1547), vivió durante su vida inmune de todo pecado venial en virtud de un privilegio especial de Dios. Esto equivale a decir que no cometió a lo largo de su vida pecado ninguno; que nunca ofendió al Señor y que  su voluntad estuvo gobernada siempre por la acción del Espíritu Santo, que es el Espíritu de santificación. Vivió siempre en los esplendores de la gracia.
            En conformidad con esta doctrina está la afirmación y la enseñanza del Concilio Vaticano II, que recoge las afirmaciones de los Santos Padres, según las cuales: “la Virgen María fue toda santa e inmune de toda mancha de pecado”, por lo cual abrazó la voluntad de Dios en la Anunciación “con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno” (LG 56).
            Son estos los dos aspectos de la santidad singular de María: ausencia de pecado y presencia de la gracia en todas sus acciones. Inmaculada desde el momento de su concepción, fue llena desde entonces de la gracia del Espíritu Santo. En su conjunto, esta doctrina constituye una enseñanza universal de la Iglesia.
            Pero, además de esto, algunos teólogos afirman que es dogma de fe, que no cometió pecado venial ninguno en el curso de su vida (menos aún pecados mortales) por especial privilegio de Dios. Y fundan esta afirmación en la autoridad del Concilio de Trento, que dice expresamente que la Iglesia admite esta enseñanza acerca de la Virgen Madre de Dios (sesión VI, canon 23).

No hay comentarios:

Publicar un comentario