¿QUE ENSEÑAN?
Qué se entiende por dogma
Dogma es una verdad o un hecho que
pertenece al objeto de la fe; es decir, que ha sido revelado por Dios de una
manera explícita o implícita y que ha sido solemnemente definido por el
Magisterio de la Iglesia o propuesto como tal por la tradición invariable de la
misma Iglesia.
Los dogmas deben ser creídos con fe
divina porque pertenecen al depósito de la revelación. Así lo enseñó el Concilio
Vaticano I (sesión 3a) cuando dijo: que han de ser creídas con fe divina y
católica todas aquellas cosas que se contienen en la Palabra de Dios escrita o
transmitida, y que han sido propuestas por la Iglesia, tanto por un juicio
solemne, como por su ordinario V universal Magisterio, como verdades a creer
divinamente reveladas (Dz&ho 3011).
Los dogmas deben ser aceptados y
retenidos en el mismo sentido en que los ha entendido y profesado, y los
profesa, la fe de la Iglesia. Negar alguno de ellos equivale a negar la misma
fe, pues supone negar la autoridad de Dios, que los ha revelad
Los dogmas marianos,
propiamente dichos, son cuatro:
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Maria, Madre de Dios
La liturgia y la literatura
oriental, así como los documentos de antiguos Concilios, la llaman Theotokos.
Este dogma enseña que María es Madre ver-
dadera porque engendró al Hijo de Dios -la
segunda persona de la Trinidad, la Persona del Verbo-, que asumió la naturaleza
humana, engendrada milagrosa y virginalmente por Ella, por obra del Espíritu
Santo.
En este sentido lo definió el
Concilio de Efeso contra Nestorio; definición que reafirmó el Papa Pío XI en la
Encíclica Lux Veritas (1931), y que propuso en estos térmínos nuevamente a la
Iglesia:
“Proclamamos la divina maternidad de la Virgen
María, que consiste, como dice San Cirilo, "no en que la naturaleza del Verbo y
su Divinidad hayan recibido el principio de su nacimiento de la Virgen, sino en
que de Esta naciese aquel sagrado cuerpo, dotado de alma racional, al cual se
unió hipostáticamente el Verbo de Dios. Y " por eso, se dice que nació según la
carne".
En verdad, si el Hijo de María es
Dios, evidentemente Ella, que lo engendró, debe ser llamada con toda justicia
Madre de Dios. Si la persona de Jesucristo es una sola y divina, es indudable
que debemos llamar a María no solamente Madre de Cristo hombre. sino Delpara, o
Theotokos, esto es: Madre de Dios...
Esta verdad, transmitida hasta
nosotros desde los primeros tiempos de la Iglesia, nadie puede rechazarla” (Lux
Veritatis, n. 11).
La misma fe ha proclamado
solemnemente en nuestros días el Papa Juan Pablo II, al recordar en dos
documentos más importantes (25 de marzo y 7 de junio de 1981) la conmemoración
del 1550 aniversario de la celebración del Concilio de Efeso, que definió la
maternidad divina de María.
Este dogma está contenido en la
enseñanza de la Sagrada Escritura y fue definido por el Concilio de Efeso (en el
año 431) contra los errores de Nestorio. Más tarde fue proclamado por otros
Concilios universales, como el de Calcedonia (del año 451) y segundo de
Constantinopla (año 553). Otros Concilios generales y particulares, y muchos
romanos. Pontífices, particularmente en estos últimos cien años, han reafirmado
y enseñado este dogma.
Este dogma es el principal de todos
los dogmas marianos y la raíz y el fundamento de la dignidad singularísima de la
Virgen María; el que define su mismo ser en la economía de la salvación. María,
por ser Madre de Dios, es Madre también de los hombres, ya que es Madre del Dios
Redentor, de Cristo cabeza, y Madre a la vez de los miembros. «De este dogma de
la divina maternidad -dice el Papa Pío XI- como de surtidor de oculto manantial
proceden la gracia singularísima de María y su dignidad suprema después de Dios»
(Lux Veritatis, n. 12). Y esta dignidad, dice el mismo Papa citando a Santo
Tomás de Aquino, es una dignidad en cierta manera infinita, por ser Dios un bien
infinito.
Maria, Madre Virgen
Este dogma incluye la virginidad de
María antes de la concepción del Hijo de Dios, en su concepción, en su
nacimiento y después de éste. Se llama a esta
prerrogativa virginidad perpetua o perfecta.
Son innumerables los documentos de los Concilios y de los Papas, tanto antiguos
como modernos, que hablan de esta virginidad invio1ada, integérrima, inefable y
perpetua de María, por recoger solamente unos calificativos. Y en general ven
anunciada esta virginidad en el Antiguo Testamento, y claramente afirmada en el
Nuevo. El Papa Paulo IV amonestó con su autoridad apostólica a cuantos no
reconocen la virginidad de Maria en todos estos aspectos (año 1555).
María permaneció virgen en el
momento de la concepción del Verbo, porque fue hecha Madre de Dios por obra del
Espíritu Santo, sin intervención de varón. Así lo enseñaba en dos definiciones
el Concilio Lateranense, del año 649, recogiendo la enseñanza tradicional de los
Santos Padres.
María fue virgen en el parto,
porque el nacimiento del Hijo de Dios no quebrantó, antes bien consagró su
virginidad. Esta verdad, enseñada a través de la tradición de la Iglesia, ha
sido recogida por el Concilio Vaticano II, siguiendo la actitud del Concilio
Lateranense del año 649: «su Hijo primogénito, lejos de disminuir, consagró su
integridad virginal» (Vaticano II, LG 57).
María fue virgen después del
nacimiento de Jesús porque no tuvo comercio carnal con ningún hombre, viviendo
casta y virginalmente con su Esposo San
José. También este aspecto ha sido enseñado
expresamente por el Magisterio de la Iglesia, que ha reafirmado en muchas
ocasiones la virginidad perpetua de María.
La virginidad perpetua de María es
doctrina universal de la Iglesia profesada desde la época más remota. Es
doctrina contempla en el Nuevo Testamento que debe ser mantenida, por tanto,
como de fe divina, además de ser profesada por la Iglesia universal. No carece
de valor la advertencia delPapa Paulo IV, que dice:
“...advertimos y avisamos
con nuestra autoridad apostólica a todos y cada uno de cuantos dicen que la
Virgen María no es verdadera Madre de Dios, y que no perseveró siempre en la
integridad de la virginidad, es decir: antes del parto, en el parto y
perpetuamente después del parto, por obra del Dios omnipotente” (H. Marín,
'Documentos', en Doctrina Pontificia, IV, BAC, 1954, n. 165).
María Inmaculada
El dogma de la Inmaculada
Concepción significa que la Virgen María fue concebida limpia de pecado
original, del cual fue preservada inmune en virtud y en atención a los méritos
futuros de su Hijo Redentor. María fue así primicias de la redención. Ya en su
predestinación, juntamente con el misterio de la Encarnación del Verbo (LG 61),
fue elegida y querida por Dios toda pura y libre de toda mancha
de pecado. María, a pesar de ser de la raza
humana como los demás mortales, no estuvo nunca sometida al pecado de origen que
contraen todos los descendientes de Adán; pues Ella, desde el primer instante de
su concepción, estuvo adornada de la gracia de Dios.
Este privilegio está insinuado
veladamente en algunos textos de la Sagrada Escritura: en Gen. 3, 15, en que se
habla de la victoria de la mujer y de su descendencia sobre la serpiente, y en
las palabras que el ángel en la Anunciación dirigió a la misma Virgen: Dios te
salve, llena de gracia (Luc. 1, 28). A estos textos han recurrido los Papas y
Concilios, para enseñar y definir este dogma, proponiéndolo como verdad de fe
divina. En particular el Papa Pío IX, y recientemente el Concilio Vaticano II,
que dice: que la Virgen Nazarena, habiendo sido enriquecida desde el primer
instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, fue
saludada por el Ángel por mandato de Dios, como llena de gracia (LG 56).
La Inmaculada Concepción fue
definida como dogma por el Papa Pío IX, en el año 1854, en la Bula Ineffabilis
Deus (El Dios inefable), en estos términos:
“...con la autoridad de Nuestro Señor
Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra,
afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente que debe
ser creída firme y constantemente por todos los fieles la doctrina que sostiene:
que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa
original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio
de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del
género humano.
Otros Papas anteriores habían
afirmado esta misma verdad, así como muchos teólogos y escritores. A partir de
la definición dogmática, este dogma ha sido enseñado y proclamado en los más
importantes documentos marianos promulgados por el Magisterio de la Iglesia.
También lo ha reconocido y reafirmado el Vaticano II en la Constitución sobre la
Iglesia, en el capítulo consagrado a la Virgen María: «Finalmente, la Virgen
Inmaculada –dice- preservada inmune de toda mancha de culpa original...» (LG
59).
María, Asunta en cuerpo y alma al cielo
Este dogma significa que la Virgen
Inmaculada, Madre de Dios, terminado el período de su vida terrestre fue elevada
en cuerpo y alma a la gloria celeste. Así determina el sentido del dogma el Papa
Pío XII, quien lo definió solemnemente en el año 1950 en la Bula
Munificentissimus Deus (El Dios munificentísimo). La fórmula definitoria dice
así:
«...para acreditar la gloria de esta augusta
Madre (de Dios) y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de
Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con
la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina
que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su
vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial».
No queda definido aquí si la Virgen
murió, o no, como los demás mortales. La muerte de la Virgen no es dogma; mas
para el común de los teólogos es sentencia cierta tradicionalmente enseñada y
corroborada por la actual Liturgia. La Virgen murió para configurarse con Jesús,
que quiso someterse también a la muerte, aunque no había tenido pecado ninguno.
Pero sí pertenece al contenido del dogma que el cuerpo de la Virgen María no
quedó sometido a la corrupción del sepulcro, que se estima ¡como pena del pecado
original.
Este dogma tiene su raíz y
fundamento en la enseñanza de la Sagrada Escritura. El mismo Papa Pío XII recoge
y comenta los textos y lugares bíblicos que en la tradición de la Iglesia se han
propuesto como base de esta enseñanza, en particular la profecía contenida en
Gen. 3, 15, en la que se anuncia la victoria de la mujer y de su Hijo sobre el
pecado y sobre la muerte. Sirven también como pruebas aquellos lugares en los
que la Virgen María aparece unida a su divino Hijo en la obra de la salvación de
los hombres.
Los Santos Padres y escritores de
la Iglesia, así como los textos de la Liturgia, en la que se celebra desde época
muy remota la fiesta de la Asunción, se remiten a esa enseñanza de la Sagrada
Escritura, que nos presenta el alma de la Madre de Dios unida estrechamente a su
Hijo y siempre partícipe de su suerte (Pío XII). La fiesta de la Asunción se
celebró en la Iglesia a partir del siglo VI.
Con el dogma de la Asunción
gloriosa se relaciona la prerrogativa de la Realeza de María. Este dogma es
además, según la enseñanza del Concilio Vaticano II, un signo de esperanza
cierta para la Iglesia peregrinante, de su esperanza escatológicli. El Concilio
lo ha afirmado especialmente en dos ocasiones. «Finalmente, la Virgen
Inmaculada..., terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y
alma a la gloria celestial, y exaltada por el Señor como Reina del Universo para
que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Apoc. 19,
16) y vencedor del pecado y de la muerte» (LG 59). «La Madre de Jesús, de la
misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y en alma, es la imagen
y principio de la Iglesia que ha de ser consumada... (LG 68).
La Virgen Inmaculada en todo su esplendor
La Virgen María, según la enseñanza
del Concilio de Trento (sesión sexta, año 1547), vivió durante su vida inmune de
todo pecado venial en virtud de un privilegio especial de Dios. Esto equivale a
decir que no cometió a lo largo de su vida pecado ninguno; que nunca ofendió al
Señor y que su voluntad estuvo gobernada siempre por la acción del Espíritu
Santo, que es el Espíritu de santificación. Vivió siempre en los esplendores de
la gracia.
En conformidad con esta doctrina
está la afirmación y la enseñanza del Concilio Vaticano II, que recoge las
afirmaciones de los Santos Padres, según las cuales: “la Virgen María fue toda
santa e inmune de toda mancha de pecado”, por lo cual abrazó la voluntad de Dios
en la Anunciación “con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno” (LG
56).
Son estos los dos aspectos de la
santidad singular de María: ausencia de pecado y presencia de la gracia en todas
sus acciones. Inmaculada desde el momento de su concepción, fue llena desde
entonces de la gracia del Espíritu Santo. En su conjunto, esta doctrina
constituye una enseñanza universal de la Iglesia.
Pero, además de esto, algunos
teólogos afirman que es dogma de fe, que no cometió pecado venial ninguno en el
curso de su vida (menos aún pecados mortales) por especial privilegio de Dios. Y
fundan esta afirmación en la autoridad del Concilio de Trento, que dice
expresamente que la Iglesia admite esta enseñanza acerca de la Virgen Madre de
Dios (sesión VI, canon 23).
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